Bravísimo por los Bravos

Por Milena Silva

No puedo despedirme de la temporada sin felicitar al equipo campeón. Lo hago todos los años, pero esta vez, más que una formalidad, es una necesidad. Porque este año no ganó cualquier equipo. Este año ganó uno que se encontró todo tipo de obstáculos en su camino al triunfo, y todo tipo de obstáculos superó.

Los Bravos arrancaron su Opening Day posicionados por la MLB en el puesto #4 del ranking, y al mes habían descendido al 10. Con la excepción de Ronald Acuña, más nadie se empataba con la verdad en el cajón de bateo. Uno de sus líderes ofensivos más potentes, Freddie Freeman, llegó a tener rachas de 15-1 en cuatro juegos, de 11-2 en tres y cosas así.

Un poco más tarde se convirtieron en un hospital. Ya tenían diezmado el cuerpo de lanzadores desde el inicio de temporada con las ausencias de Max Fried, Drew Smyly y Mike Soroka, todas por lesión. A ellos se les unió el receptor titular Travis d’Arnaud y luego… BOOM LA BOMBA… Acuña se lanza tras un batazo pegado a la raya en un juego contra los Marlins, cayéndose aparatosamente y rompiéndose el ligamento cruzado anterior de su pierna derecha. El que hasta ese momento estaba compitiendo con Ohtani y Vladimir Guerrero por el liderazgo de jonrones se perdía el resto de la temporada. Por esas fechas también perdieron a Marcell Ozuna por su escándalo doméstico.

Bye bye los Bravos! Fue uno de los titulares que leí entonces. Pues no. De algún modo que no se explica, resurgieron como el Ave Fénix. Recuperaron a Fried, a Smyly, y en julio se hicieron de los servicios de Jorge Soler que venía de una empobrecida campaña con Kansas.

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A partir de ese momento tal parece que la luz de Hank Aaron los iluminó desde el cielo. Los de Atlanta no solo se sacudieron el polvo, sino que también fueron los dignos campeones de su división en el Este de la Nacional.

Ya posicionados en los play off fueron juego a juego.

Enfrentaron en la Divisional a unos Cerveceros que venían bien inspirados y decididos a aguarle la fiesta a más de uno. Con autoridad los vencieron en cuatro partidos, y fue entonces que alistaron la alfombra roja para recibir en casa al monarca de la temporada 2020: los Angeles Dodgers.

Los Bravos no se dejaron impresionar. Iniciaron la Serie de Campeonato propinándole dos golpes certeros directo al mentón del gigante azul. Esto, lejos de hacerlos confiarse, los mantuvo más concentrados que nunca. Sabían que tenían delante al mejor staff de lanzadores de Las Mayores, que aún sin Kershaw, Bauer y May, contaban con hombres como Buehler y Urías con todo lo necesario para apagar sus bates. Los Dodgers trataron, pero no pudieron con el hacha de Austin Riley y Eddie Rosario. Los Bravos destronaron al rey en seis encuentros, y de momento se vieron discutiendo un título de Serie Mundial.

INCREÍBLE

En la esquina contraria los esperaban los Astros de Houston, el equipo más estable del último lustro. Un equipo que sabe lo que es jugar una Serie Mundial y ganarla.

Fue entonces cuando un fastasma conocido los volvió a visitar.

En el juego 1 una potente línea de El Yuli golpeó la pierna de Charlie Morton a la altura del talón de Aquiles en el segundo inning. El veterano pitcher abridor se hizo el desentendido y continuó su trabajo, y así mismo adolorido abrió el tercero y ponchó a José Altuve…. Pero el dolor de la fractura no lo dejó continuar.

Los Bravos perdían a su principal carta de triunfo en el primer juego de la Serie Mundial. Quizás para otro equipo esto hubiera sido el fin de un sueño pero, para ellos, solo fue hacer exactamente lo que habían hecho todo el año: CRECERSE.

Es que para entonces ya la mentalidad del equipo estaba enfocado en obtener aquel trofeo que habían levantado Greg Maddux, Tom Glavine y Chipper Jones, al mando de Bobby Cox, 26 años atrás.

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Y se crecieron.

A la descomunal ofensiva desplegada por Soler, Swanson, D’Arnaud, Duvall, Riley y Rosario, se unió la tremenda la labor monticular de Anderson, Matzek, Minter, Lee y Smith. No importó si les tocó lanzar un inning, o dos, o un tercio, cada uno en su momento salió a cumplir con su función de llegar, paso a paso, a la meta final.

Y Atlanta llegó

Atlanta fue más que Houston. Los pusieron contra la pared al terminar el cuerto juego (obligàndolos a ganar 3 seguidos), cuando todavía faltaba uno en el hervidero en que se convirtió el Truist Park.

Los Astros sobrevivieron al quinto pero no pudieron en el sexto con un Max Fried que tomó revancha de la derrota que había sufrido en el segundo, y que ayudado por Matzek y Smith, les prohibieron pisar el home play durante todo el juego.

Hay quienes dicen por ahí -utilizando un juego bonito de palabras- que “los Bravos se pusieron bravos”. Pues yo creo que fue todo lo contrario. Los Bravos a partir de los problemas empezaron a divertirse. Disfrutaron cada juego y se dedicaron a gozar cada victoria, y a sacar lo positivo de cada derrota.

Solo me queda volver a felicitarlos, y darles las gracias al béisbol por permitirme vivir, una vez más, actuaciones tan grandiosas de un equipo con ganas de ganar sin importar cuan difícil sea.

Bravísimo por los Bravos.

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