De la gloria olímpica al dolor y el olvido

Por Yasel Porto 

Aunque la mayoría de los peloteros cubanos que han asistido a Juegos Olímpicos son bastante conocidos y hasta recordados en el ambiente beisbolero actual, hay algunos que por diversas razones hoy viven prácticamente en el anonimato mediático de la mayoría de la gente.  

El equipo Cuba que participó en la cita de Barcelona 1992 es catalogado por muchos el más importante de los cinco de la Isla que tomaron parte en estos eventos ecuménicos, tanto por el hecho de ser los primeros campeones olímpicos oficiales (en 1984 y 1988 el béisbol fue de exhibición) como por contener un talento extraordinario con un porciento elevadísimo de jugadores situados entre los mejores de la historia de Series Nacionales. 

Pero en ese grupo de gran valía había un miembro del que pocos se acuerdan no solo por colarse sorpresivamente en el equipo, sino porque de tocar la gloria ese año pasó el resto de su carrera luchando contra el dolor y la frustración. Con el exlanzador tunero Juan Carlos Pérez Rondón se cumplió el refrán de “debut y despedida” y aquella cita de la notable urbe española de convertirse en algo glorioso también fue una especie de maldición para él por todo lo que vino después.

Natural del municipio pesquero y azucarero de Puerto Padre, el espigado monticulista mostró sus potencialidades casi desde su llegada misma al campeonato nacional producida en la lid 1986-87, lo que le ganó un espacio inicialmente dentro de la Selectiva con el equipo Mineros (agrupaba a Granma, Holguín y Las Tunas). 

En 1988-89 Juan Carlos dio la primera gran clarinada al concluir como el líder de su equipo (10-4, 115 ponches y 3.23 PCL). Sus estadísticas fueron mejorando considerablemente a pesar de su presencia en dos planteles (Las Tunas y Mineros) que nunca lograban contender en sus respectivos niveles. Estuvo cerca de integrar la escuadra nacional a los Juegos Panamericanos de 1991 después de ponchar a 187 con 6 triunfos en el torneo doméstico, pero finalmente fue desestimado. 

La temporada 1991-92 fue su consagración, quien logró incluirse en la preselección nacional tras dejar números de alto calibre. Fue líder ponchador (134) y se ubicó en el top de otros renglones con una efectividad extraordinaria de 1,96 en era de bate y pelota buena, además de la cantidad de bateadores sobresaliente.  

«Fue un tremendo año y a pesar de yo lanzar con un equipo que no estaba entre los mejores del país ellos siempre me defendían muy bien al campo y al bate cada vez que yo lanzaba», nos dijo en dialogo sostenido con él a la entrada del antiguo estadio “Yoyo” Díaz, hoy “Hermanos Ameijeiras”. 

Su trabajo en el entrenamiento lo ubicó entre los mejores de todo el grupo y fue superando los tres cortes hasta conformar el equipo de apenas 7 lanzadores. Él y el guantanamero Giorgi Díaz fueron los únicos novatos de los 24 integrantes del conjunto dirigido por Jorge Fuentes, acompañando en el pitcheo nada menos que a Jorge Luis Valdés, Rolando Arrojo, Osvaldo Fernández, Orlando “El Duque” Hernández y Omar Ajete. 

«Ese fue el mejor momento de mi carrera sin dudas. Yo vi aquello muy grande porque por primera vez iba a participar en un escenario internacional, pero lo asumí sin nervios. Fue la experiencia más linda de mi vida porque cualquier persona quisiera participar en unos Juegos Olímpicos y si lo ganas mejor todavía», subrayó. 

Ya en la llamada ciudad condal el joven tirador solo sería utilizado como abridor frente a Italia. Allí cumplió su rol sin ningún contratiempo y pese a que su rival no presentaba el rigor de otros equipos, el diestro tunero se mostró sin nervio alguno como si fuera de una de las tantas salidas de calidad que había tenido ese año en Cuba. 

Al final el combinado caribeño se alzó de manera invicta en ese torneo en el que Las Tunas celebró por partida doble por la presencia de un jugador que sí tuvo más protagonismo que Juan Carlos como lo fue el jardinero Ermidelio Urrutia. 

Nadie dudaba que después de ese año 1992 la carrera de Juan Carlos presagiaba muchos más triunfos. Sus condiciones y el aval de haber cumplido su parte después de la proeza de integrar la selección olímpica eran elementos que lo acompañaban en ese camino sumamente alentador. 

Pero la salud del callado puertopadrense empezó a jugarle en su contra desde el mismo inicio de la primera temporada beisbolera después de Barcelona. Solo pudo lanzar cuatro partidos, tres de ellos como abridor (1-2) con 18 ponches en 18 innings de labor en los que la batearon con creces. 

«Tuve una lesión al principio de esa Serie Nacional en el manguito rotador. Hubo que operarme y después decidí regresar pero las cosas no me salieron como yo pensaba. No fue igual». 

Su regreso no se produciría hasta la campaña 1994-94 en la que volvió para estar solo como relevista. En casi todos los diez desafíos que trabajó le conectaron con soltura (terminó con un PCL de 9.82). Un año después se repetirían los números discretos (12 JL, 3-5, 6.78 PCL) con la única diferencia respecto a la justa precedente de que ahora fue utilizado como uno de los principales abridores del plantel. 

Juan Carlos parecía destinado a un declive progresivo que terminaría alejándolo del béisbol por su rendimiento, pero en 1996-97 apareció algo de luz al final del túnel. Después de la mejor preparación en mucho tiempo tuvo un inicio de temporada brillante que lo llevó a estar entre los lanzadores más dominantes de todo el país. En un certamen con ofensiva abrumadora por la bola viva y el bate de aluminio tenía una efectividad de 2.15 y .211 de average rival después de cinco aperturas con registro de 2-1. Algunos pensaban en la resurrección del que una vez se convirtió en uno de los monticulistas más talentosos del país. 

Pero la alegría duró bien poco para el tunero cuando volvió la vieja lesión de forma más contundente. No solo estuvo incapacitado para trabajar en el resto del campeonato, sino que la severidad de la recaída lo sacó definitivamente de las Series Nacionales. Estuvo activo en torneos regionales y azucareros donde todavía mostraba ciertas actitudes, pero el equipo grande de Las Tunas no abrió más sus puertas para él. 

Hoy día no son muchos los que conocen de la historia de Juan Carlos Pérez fuera del entorno de Las Tunas, aunque a veces hasta los propios tuneros se enfocan más en otros cuando se habla de figuras de ese territorio con destaque. He sido testigo de múltiples debates en los que a memoria se ha tratado de recordar hombre por hombre de la escuadra de Barcelona 1992 y la mayoría de las veces la gente se olvida del exlanzador de Puerto Padre. 

Incluso he visto a tuneros discutiendo sobre los lanzadores más importantes que han tenido, y no pocas veces se queda excluido de un grupo donde se incluyen por regla a pitchers de la talla de Félix Núñez, José Miguel Báez, Gregorio Pérez, Yoelkis Cruz y Ubisney Bermúdez.  

Es cierto que el éxito de Pérez Rondón fue fugaz y que la mayor parte del tiempo fue luchando para superar el dolor y otras adversidades, pero él no solo es uno de los tres de su provincia que han ido a unos Juegos Olímpicos y junto a Ermidelio el único de ese sitio en ser campeón. También tiene el mérito indiscutible de que en una época colmada de estrellas posición por posición, se colocó entre los siete lanzadores del primer equipo que ganó en el debut oficial del béisbol en citas estivales. Y cumpliendo su papel cuando le tocó. 

En la actualidad Juan Carlos gana sus 300 CUC por la medalla de oro en Barcelona y trabaja en el estadio de Puerto Padre con las categorías infantiles, una labor sacrificada según sus propias palabras por las condiciones de la instalación y la carencia de implementos deportivos. 

«Gracias a todos los que se acuerdan de mí y aquí seguiré en mi tierra trabajando con todos los niños», concluyó quien posiblemente sea el campeón olímpico del béisbol cubano del que menos se acuerde la afición en general, y el único también que por lo dicho anteriormente nunca pudo lograr ni un solo año parecido a su momento de esplendor.

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