Por Antonio Palma Enseñat
La polémica desatada con la exclusión del mejor boxeador de la escuadra cubana al debut profesional de México, el matancero Andy Cruz, presumiblemente por ser fichado como posible emigrante ha vuelto a desatar los demonios que han acechado a los deportistas cubanos desde finales del siglo pasado; pero con más frecuencia en la última década.
Emigrar y vivir donde más guste es un derecho de cada persona, además de una decisión personal, se deja atrás un país, una familia, entrenadores, amigos en busca de una vida mejor o de realizar metas profesionales.
Sin embargo, en el ambiente deportivo en Cuba emigrar no es bien visto. Cuando un deportista antillano emigra es tachado como desertor, término que se aplica al arte militar, cuando un soldado o alto jefe huye de sus responsabilidades.
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Por tal motivo una mancha en el expediente como posible emigrante en el ambiente deportivo cubano puede arruinar carreras. Además, si abandonar el país nunca pasó por la cabeza del injuriado, esto lo hará tomar la decisión definitivamente, pues sabe que ya no podrá ejercer la actividad deportiva.
Ejemplos hay miles. Uno de los más trascendentales tuvo que ver con los hermanos Hernández, Liván y Orlando «el Duke». Por todos es conocido que cuando Liván abandonó el equipo Cuba durante una gira por México en 1995 su hermano mayor sufrió las consecuencias al prohibírsele jugar béisbol en Cuba, hasta el punto de sufrir actos de repudio por ser manchado como posible emigrante.
Del mismo modo sucedió con el santiaguero Reutilio Hurtado, jardinero extraclase con resultados suficientes para integrar selecciones nacionales, sin embargo, fue vetado en disímiles ocasiones debido que su hermano Diobelis era boxeador profesional radicado en Estados Unidos, por lo que se intuyó que su hermano tomaría el mismo camino.
Por suerte para la afición del béisbol cubano «La Avioneta», como era conocido el carismático número 52 de la Aplanadora, sí pudo seguir jugando béisbol y protagonizó actuaciones memorables dentro de las Series Nacionales. Ya en el ocaso de su carrera deportiva pudo vestir las cuatro letras en dos ocasiones, durante el torneo Interpuertos de Róterdam y los Juegos del ALBA.
Otro caso menos conocido fue el del canoísta matancero Ledys Frank Balceiro quien declaró en una entrevista a Diario de Cuba que no pudo participar en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, porque se trataba “de un deporte sin resultados en este tipo de eventos y podíamos ser todos posibles emigrantes”.
Afortunadamente la historia demostró todo lo contrario, Balceiro no se desanimó y asistió a la cita de Sídney 2000 donde logró medalla de plata, convirtiéndose en el primer piragüista cubano en subir a un podio olímpico. 22 años más tarde la dupla Serguei Torres y Fernando Dayán Jorge, este último también emigrado, por cierto, lograron titularse en Tokio.
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Más reciente también se hayan los casos de dos jóvenes lanzadores, el camagüeyano Yosimar Cousín y el santiaguero Yunior Tur, quienes quedaron fuera de las preselecciones al Campeonato Mundial categoría Sub-23 por la misma razón expuesta con anterioridad.
¿Resultado? Ambos pitchers tuvieron que salir del país en busca de un contrato para poder continuar con su carrera y crecer como peloteros.
Historias como estas salpican al deporte cubano en cualquiera de sus disciplinas. Son decisiones que en muchas ocasiones conllevan a la pérdida del atleta porque, en definitiva, si el hombre tiene en mente salir del país lo va a hacer por la vía que sea. Demostrado está.