Por Yasel Porto
El béisbol es algo extremadamente importante en la vida de millones de personas. Tan profunda resulta esa pasión que para muchos es parte inseparable de su vida (me incluyo en la lista), y el juego representa más que eso para un país entero.
Es un fenómeno sociocultural que hoy sigue demostrando cuán apegado sigue estando en las raíces de una gran parte de los cubanos, como componente protagónico de la esencia de Cuba como nación.
Pero aún con este preámbulo donde pongo por las nubes a la pelota, o más bien, en el lugar que un gran porciento consideramos le corresponde, hay hechos en la vida que alcanzan un mérito superior a cualquier sucedo acontecido en el campo deportivo. Aún cuando el béisbol sea un elemento de peso en muchos de nosotros, la vida en sí es mucho más importante.
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Es por eso que hoy quiero hablar de Lázaro Junco Nenínger, aquel slugger formidable que lo que le faltó de mediático le sobró en su calidad como jonronero y también lo que respecta a la parte humana. Esto último al menos para mí es lo que más valdrá siempre en esa correlación de valores profesionales y personales.
Hubo gente, aficionados no matanceros, sobre todo, que se crearon una imagen de Junco que a criterio de quienes lo han conocido es errada por completo. Se decía del primero en romper la barrera de los 400 vuelacercas en Cuba, que era pesado, apático, orgulloso, complicado…
Quizá esto último sí lo sea, pero sinceramente complicados al final somos todos los seres humanos que habitamos este planeta Tierra. Y quizá algunos confundan apatía con un comportamiento más bien introvertido en su forma de juego y en su relación con los demás fuera de sus compañeros de equipo. Sin dudas que eso le quitó mucho nivel mediático en comparación con otras figuras contemporáneas con él que incluso no tuvieron mejores resultados que Junco, y posiblemente hasta lo haya afectado para ser tenido en cuenta para determinados reconocimientos y hasta la inclusión equipos nacionales.
Mas cada quien desarrolla sus propias características y no por ello merece críticas o que una postura sea digna de ser considerado un defecto. Siempre y cuando no haya perjuicios en otras personas. Así lo veo yo, además de tener la dicha de conocerlo en persona y hacerme una valoración más objetiva que quien en los últimos años ha contribuido grandemente al desarrollo de los más jóvenes.
Pero creo yo que existe un hecho todavía más admirable con Junco, como lo que ha sucedido con unos de sus principales amigos y compañeros de tantos años en los equipos matanceros. Hablo del extraclase exlanzador zurdo Jorge Luis Valdés.
Si hubo alguien más allá de la familia de “Tati” que contribuyó para que lograra salir del gran bache en el que estuvo por años, ese fue precisamente el toletero de Limonar.
Fui testigo una vez incluso de cómo hacía Junco con el zurdo más ganador del béisbol cubano cuando éste quería tomar en tiempos donde el alcoholismo se había convertido en su peor enemigo.
Junco tomaba, claro que lo hacía, y como la mayoría de los que consumimos bebidas alcohólicas, alguna vez se pasó de copas. Pero lo más admirable de todo es que cuando Valdés estaba con él lograba el control casi absoluto de su diversión en tal sentido para dedicarse a “torear” a quien muchos consideran el mejor pitcher de la mal llamada mano equivocada dentro de las Series Nacionales.
A mí llegaron muchos otros pasajes de cómo lo ayudó en ese proceso de salir delante en la vida, ya sea por plantarse duro con él cuando coincidían en actividades festivas, de visitarlo constantemente en su hogar y acompañarlo al médico en varias ocasiones. Y en todo ese largo período de tiempos difíciles sus consejos convertidos en regaños cual padre preocupado fueron tan constantes como necesarios.
No es que Junco tenga que ser santificado por lo que hizo, ni que haya sido el único que contribuyó al regreso de Valdés a la vida normal, alejado de la bebida al menos públicamente. Pero si hoy “Tati” ganó su juego 235, el más importante de toda su vida, ese triunfo no hubiera sido posible sin el aporte ofensivo del cuarto bate de aquellos míticos Henequeneros de “Sile” Junco.
En los últimos tiempos se le ha visto en eventos celebrados en el Palmar de Junco y constantemente asiste al estadio Victoria de Girón donde comparte con fanáticos y peloteros. Incluso salió hace algunas semanas que tenía la intención de incorporarse al trabajo como entrenador.
Por eso ellos dos merecen respeto total, por trascender como peloteros inicialmente, pero, sobre todo, porque ganarle la batalla al alcoholismo puede ser más difícil y meritorio que cualquier juego de béisbol. Además de las consecuencias que conlleva un resultado negativo en tal cuestión. Lograr lo contrario y salvar la vida es básicamente lo mismo. No es exagerado poner las dos cosas en el mismo nivel de importancia. No solo porque perder el control de la bebida en extremo trae daños paulatinos a la salud mental y física, sino hasta la muerte a largo plazo.
Su sencillez, una de las virtudes más notables en él que hoy algunos siguen confundiendo con orgullo, no permitirá jamás que él reconozca en público su papel protagónico en este tema. Para eso estamos los que pensamos que la verdad está para decirse, ya sea para criticar o como en este caso para reconocer los méritos de alguien que desde hace mucho se convirtió en una de las figuras del béisbol que más admiro y respeto. Argumentar las razones creo que me tomaría un día entero.