Por Reynaldo Cruz
Ha pasado de nuevo. La Liga Élite del Béisbol Cubano comenzó con muy pocas luces en medio de un sombrío panorama. Mentira tras mentira, el Comisionado Nacional de Béisbol Juan Reinaldo Pérez Pardo no hizo más que lucir peor en cada declaración, cubriendo cada metedura de pata con parches que también resultaron ser desatinos. A su vez, invitaciones a integrar el equipo Cuba al Clásico Mundial de Béisbol han sido respondidas con rotundas negativas por parte de peloteros como Dayán Viciedo y Leonys Martín.
¿Qué está pasando? Pues que el béisbol cubano en estos momentos está sufriendo las consecuencias de décadas de mal proceder, en la que honestamente no hubo más desastres por la gran calidad de los atletas y en muchas ocasiones hasta por suerte.
Los descalabros de la Liga Élite (que palidece al compararla con la Liga de Desarrollo de los años 90) aparecieron en medio de una nueva directiva, puesta casi que a capricho (como todas las decisiones que se han tomado en el deporte cubano a la hora de ubicar personas en posiciones de poder). Después de meses completamente acéfala, la Federación Cubana de Béisbol y la Comisión Nacional de Béisbol cayeron en manos de alguien que bien por incapaz, por demagogo o por ambas cosas hizo salir a la luz los incontables problemas sistémicos que tiene el béisbol cubano.
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Estos problemas no son nuevos, se han estado reproduciendo por décadas, pero antes no había una prensa alternativa en Cuba, ni había redes sociales para que la gente desahogara sus frustraciones en ellas, ni todo el mundo podía hacer una foto o un video de un momento o lugar determinado. Incluso, ninguno de los periodistas acreditados por los medios oficiales en el país se atrevía a hacer críticas demasiado punzantes, so pena de perder un viaje al extranjero con una delegación, o peor, su sustento.
La realidad es que hoy son muy pocas las personas que creen una palabra de lo que dicen quienes dirigen el béisbol en Cuba. El doble rasero ha sido demasiado evidente, acusando actitudes «inconvenientes» de tener motivaciones políticas, cuando ellos mismos han sido tajantes, injustos y déspotas con atletas que incluso ni se han manifestado políticamente, solo por abandonar una delegación. Vendepatrias, traidores, o desertores son los términos con los que califican a los atletas que se van durante una gira, y les impiden visitar su país y su familia durante siete años.
Hoy la narrativa ha cambiado, y resulta casi una burla que convoquen a esos peloteros sin que haya habido una disculpa pública por parte de las autoridades deportivas y políticas de la isla por el tratamiento que les han dado y todas las cosas ofensivas que de ellos han dicho.
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La realidad es que el béisbol cubano sufre de una influencia muy difícil de eliminar, luego del «triunfo de la pelota libre sobre la esclava,» como dijera Fidel Castro, inició un período de falso amateurismo (con adoctrinamiento seudomarxista) y el control excesivo sobre los atletas, que no ha sido más que una forma muy marcada de esclavitud. No fue hasta finales de 2013 que los peloteros pudieron en verdad comenzar a generar ingresos por su trabajo como peloteros (antes, la Serie Nacional no era más que una liga semi-profesional en la que los peloteros estaban en la nómina de una empresa y pagaban por un trabajo que nunca hacían.
Claro, que la práctica no es exclusiva de Cuba, y no comenzó a implementarse precisamente antes de las Series Nacionales, pues durante la épica de la Unión Atlética Amateur, los peloteros eran «empleados» de los clubes (dígase Vedado Tennis Club o el Central Hershey, los dos máximos ganadores de banderines con siete cada uno) sin que realemente ejecutaran para los mismos otra labor que la de jugar béisbol. Muchos de ellos integraban el equipo Cuba a los eventos internacionales.
Si bien la Serie Nacional masificó el béisbol en el país y dio oportunidades a algunos que de otro modo no habrían podido practicar la pelota, también estancó a muchos que podrían tal vez haber tenido una oportunidad de brillar en el Show: es casi imposible que algunos cubanos no encuentren semejanzas entre la picardía y la astucia de Joe Morgan y la de Félix Isasi; muchos comparaban la elegancia, poder y brazo de Roberto Clemente con el de Armando Capiró… y los ejemplos podrían ser incontables, pero quedarían totalmente sepultados en la subjetividad, y bajo el lógico manto de hechos concretos que sencillamente no respaldan las teorías.
Y en medio de todo esto, una censura férrea y evidente, cierres de contrato o despidos (véase Michel Contreras, Yasel Porto o Boris Luis Cabrera, tres de los más talentosos periodistas deportivos que ha habido en Cuba en los últimos tiempos, con excelentes trayectorias profesionales) que fueron ejecutados como mordazas para callar a todo aquel que señaló lo mal hecho y denunció al corrupto, al mentiroso o al incapaz. Entre tanto, los verdaderos responsables de todos los desastres siguieron ocupando sus posiciones de privilegio, sin descartar la posibilidad de que hayan tenido algo de influencia en el látigo cruel que azotó al que denunciaba, exigía, debatía. Esto, más que injusto, es un hecho de pura cobardía, que además sirve de advertencia para quienes quieran hacerse «los valientes».
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Entonces, con una falsedad que raya en la burla, acusan de tener influencias de la política de Miami a quienes no comulgan con sus doctrinas, y los acusan de tener motivaciones políticas, promulgando de manera hipócrita que el deporte no debe mezclarse con la política… claro, a menos que sea para defender la Revolución. Reclaman además la inexistencia o la suspensión de un acuerdo con Major League Baseball que fue violado por ellos mismos desde antes de firmarse, pareciendo incluso que lo sabotearon con toda intención y conocimiento de causa.
El béisbol cubano agoniza, dentro de la isla claro, mientras muchos de sus mejores exponentes escapan de una delegación, se suben en una lancha rápida rumbo a La Española, o se convierten en «mochileros» atravesando Centroamérica para cruzar el Río Grande y buscar el American Dream, ya sea jugando pelota o haciendo cualquier otra cosa. Los que llegan al Show, brillan, ponen en alto el nombre del país (sí, el nombre del país), hablan con orgullo de los cubanos, pero muchos ya han desterrado su neutralidad en temas políticos y se han tornado más vocales en contra del sistema imperante en Cuba… y no creo que nadie tenga autoridad moral para culparlos.
Definitivamente, no parece haber una luz al final del túnel, un túnel que además de oscuro se torna cada vez más estrecho y lleno de tropiezos. Con el Clásico Mundial de Béisbol al doblar la esquina, todas las señales apuntan a una debacle, una debacle que encontrará a Cuba dentro de cuatro años discutiendo (y tal vez perdiendo) un Torneo Clasificatorio con Brasil, Argentina, Neva Zelanda. Claro, que la «Medalla de la Dignidad» no faltará, y las excusas vacías y desafortunadas tampoco.
Los problemas, que hoy se empeñan en barrer debajo de la alfombra para luego culpar al embargo/bloqueo o al no acuerdo con MLB, o a las deserciones, o a presiones políticas en terreno hostil, no van a resolverse con un nuevo manager o con capacitaciones en Japón a los principales directivos del béisbol en la isla, como si no fueran del mismo país de donde salieron Aroldis Chapman, José Abreu, Yuli Gurriel, Yordan Álvarez, Adolis García, Miguel Vargas, Cionel Pérez, Yandy Díaz o Randy Arozarena. Sencillamente hay que cambiar de verdad, profesionalizar, independizar, desprenderse del control partidista para tomar decisiones medulares y ser más coherentes con el béisbol que deberían querer defender.