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Sin quererlo, el zurdo Omar Ajete protagonizó esta semana el suceso del año en la televisión cubana cuando dijo una verdad que los infelices del control maestro de Tele Rebelde no estaban preparados para tolerar.
¿Qué dijo Omar Ajete? Sencillamente dijo el sentir de muchos. Con la mayor naturalidad del mundo, el guajiro de San Juan y Martínez (uno de los mejores lanzadores que han pasado por el béisbol cubano) criticó la desatención que viven los atletas retirados en Pinar del Río.
Ahí mismo, como si ya se hubiera terminado la entrevista, la señal volvió al terreno y la gente se quedó sin conocer el resto de la viril denuncia.
Omar Ajete una leyenda viva
A quienes no vieron nunca a Omar Ajete en la lomita, les cuento que a pesar de su estatura limitada (1.75 metros) “soplaba” la pelota a más de 95 mph, que tenía estamina de abridor y temple de relevo, y que el temido bate de aluminio solo pudo promediarle .255, con efectividad de 3.29.
De mis conversaciones con él, siempre recuerdo el testimonio del día doloroso en que se percató de que el béisbol cubano se alistaba para prescindir de sus servicios.
Resulta que desde comienzos de 1996, los mandamases del pasatiempo en Cuba ya estaban cocinando el patético retiro forzoso que involucró a numerosos estelares. Y la primera señal le llegó durante los entrenamientos para la Olimpiada de Atlanta, cuando el inicialista Antonio Scull se le acercó para decirle que tenía la impresión de que lo habían excluido de la lista definitiva del equipo.
Sin embargo, no fue así del todo. A la postre consiguió hacer el grado, pero en ese momento entendió que su futuro estaba sentenciado. En efecto, en 1997 le dijeron que chao, que la selección se estaba renovando de cara al ciclo olímpico.
El olvido versus Omar Ajete
Otro papel al cesto: eso fue todo. Nada nuevo. Su coterráneo Luis Giraldo Casanova, grande entre los inmensos, ya había vivido una experiencia idéntica previo a los Panamericanos de La Habana’91. Era una historia cíclica.
De manera que desde hace mucho tiempo, Ajete sabe de olvidos, ninguneos y todas esas hierbas que infectan los jardines del béisbol cubano. El modus operandi es siempre el mismo: una vez que pasó tu cuarto de hora, te apartan con un par de palmadas en el hombro y engavetan tu gloria hasta el día que necesiten echar mano de ella.
Afortunadamente, nada puede borrar ni los libros de récords ni la memoria colectiva. Por tanto, la Comisión de Atletas que desatiende a Ajete será siempre un oscuro peldaño burocrático, mientras el número ‘31’ de Pinar quedará para siempre como un ídolo del viejo tiempo hermoso en que el béisbol cubano era la envidia de casi todo el mundo.