Falleció tercer pelotero conocido de Pinar del Río en 10 días

Por Swing Completo

Primero fue la muerte del torpedero Giraldo González y después se sumó la del lanzador Reinaldo Costa. A eso sumarle los contagios de Pedro Luis Dueñas y Omar Ajete por la misma situación epidemiológica que hace días tiene en jaque a la provincia de Pinar del Río.

Ahora se suma una tercera muerte de un expelotero del territorio más occidental de Cuba, quien hizo su carrera mucho antes que debutara la generación exitosa conformada entre muchos otros, por los ejemplos citados inicialmente.

Según dio a conocer hace poco tiempo el grupo de Facebook “Alto Average”, la Directora Municipal de Deportes de Los Palacios Dinorah Solano fue quien comunicó oficialmente que el exlanzador Vicente Llano había muerto en esta localidad pinareña.

En el post del referido espacio social, su administrador Kitín Rodríguez dijo de Llano que “había sido un hombre sencillo, locuaz y con mucha historia que pude conocer de sus labios cuando años atrás grabamos allí el programa de la televisión pinareña, más que medallas y récords”.

Conocido popularmente con el mote de “El Barbero de los Palacios”, fue parte de aquellos equipos que comenzaron a preparar el camino para los logros que vendrían desde la segunda mitad de la década del setenta.

A continuación, los dejamos con una excelente crónica escrita por el reconocido escritor pinareño Juan Martínez Osaba y Goenaga, quien compartió con Llano inicialmente como compañeros de selección provincial, y luego mantuvieron una relación cercana al retirarse cada uno y ejercer distintas profesiones.

Vicente Llano… El Barbero de Los Palacios

“El arte de lanzar, o la ciencia, porque el oficio carga esos atributos, nació para los elegidos de condiciones esenciales: brazo fuerte, mucha dedicación, pensamiento creador y una férrea disciplina. No todos dominan por la fuerza de sus lanzamientos. Ellos pueden frisar o sobrepasar las cien millas, pero sin los anteriores requisitos, difícilmente puedan imponerse.

El pitcher necesita estudiar, quizás más que ningún otro jugador, los vericuetos de la posición. He ahí la clave del éxito. Algunos, sobre los cimientos de su fortaleza física y psíquica, pretenden erguirse sobre los demás. –A este lo paso con mi recta. –Y se sorprenden cuando ven la esférica elevarse a la estratosfera y caer más allá de las bardas. No estudiaron al bateador y perdieron la pelea.

Por eso, quienes se insertan en la posteridad, van acompañados del buen oficio. Los cubanos tenemos como paradigma a Conrado Marrero, el Guajiro de El Laberinto, o el Premier, quien nunca se acercó a las noventa millas, y en su época alcanzó mejores resultados que los demás, con dos armas esenciales de “destrucción masiva”: excelente control e inteligencia. Se nos antoja que el Marrero de Vueltabajo bien pudo ser Vicente Llano, popular como pocos, porque también ha sido un maestro en el milenario arte de tumbar pelos, y pasó a la historia como El Barbero de Los Palacios.

No fue la velocidad su mejor arma, no dominó el tenedor, la screwball o la bola de nudillos. La recta supo usarla, acompañada de cambios, siempre que fuera necesaria, más la sinker y la slider, lanzamientos poco conocidos entonces por acá. Eso sí, dominaba la curva por encima del brazo y de costalazo, poco menos que imbateables. A ello supo unir un excelente pensamiento técnico-táctico. Parecía un big leaguer en el montículo, con aquellos trajes a la medida y una multitud detrás.

Este derecho nació en Candelaria, Pinar del Río, el 2 de diciembre de 1933. Sus amigos y compañeros de equipos también lo reconocen por Chente. Desde muy joven se había mudado para el central La Francia, hoy poblado Sierra Maestra, en Los Palacios. Allí comenzó a jugar béisbol; aunque probó en otras posiciones, lo sedujo la idea de escalar el montículo, cual Marrero, Pascual y otros estelares.

Su primer equipo de mayores fue las Estrellas de Valdés. Después lo hizo para el Planta Eléctrica, de Pinar del Río, y de ahí a las Estrellas de San Cristóbal. Había representado la provincia en un torneo nacional juvenil, en Santiago de Cuba, donde fue captado como talento. Por entonces practicó con los Cuban Sugar Kings.

Cuando pasó a integrar las filas del Artemisa, en la Liga Nacional Amateur, de la Unión Atlética de Amateurs de Cuba, tuvo un buen aporte a los títulos de 1957 y 1959. De allí regresó para jugar con Los Palacios, hasta 1959. Entonces lanzó para el potente equipo Comandancia de Pinar del Río. También se desempeñaría, en 1962, en el torneo semiprofesional PR-2, celebrado en San Cristóbal, organizado por Felipe Guerra Matos, otrora presidente de la Dirección General de Deportes, y otros activistas. Allí confraternizaría con jugadores de la talla de Roberto Fernández Tápanes, Eulogio Osorio Patterson, y otros tantos.

Tuvo el privilegio de compartir equipos, en Los Palacios, con Tony Oliva, quien sería una figura legendaria de las Grandes Ligas. Asistió a su despedida cuando a instancias de Tápanes, el fornido mulato fue firmado por Joe Cambria, célebre scout norteamericano. Oliva se deshace en elogios por Vicente, a quien, quizás, el cazatalentos no firmó porque buscaba brazos fuertes de velocidad suprema. Ya Vicente había lanzado para el Sierra Maestra, en la Liga Azucarera.

Según el investigador Andrés Pascual, oriundo de San Cristóbal y conocedor del béisbol de esa época: “Llano nos ganaba hasta a la zurda durante los 60’s y a Luis Castro los ponches se los daba de a cuatro en cada juego. Debemos recordar que fue pitcher del Artemisa BBC, campeón con Quicutis dirigiendo y del Ciego en el campeonato del PR-2. Reforzó a San Cristóbal a la Juvenil Libre de 1955, en Santiago de Cuba. Tenía un buen cambio y eficiente slider…” Llano, un hombre noble y sencillo, a veces le avisaba la curva al zurdo Luis Castro, con estampa de Ligas Mayores, pero ni así las conectaba.

En el propio 1962 integraría los Vegueros, al torneo Zonal Regional Occidental, a las órdenes de Roberto Guajiro Llende. De allí saltaría, para la segunda Serie Nacional (1962-1963), a los Occidentales de Gilberto Jibarito Torres, junto a Fidel Linares, y otros vueltabajeros. Un año después reforzaría a los Industriales de Ramón Carneado, y se proclamó campeón. Entonces agregó otras dos campañas consecutivas con Occidentales. Por su labor fue llamado a ganarse un puesto en la preselección que jugaría en un torneo brasileño, pero se lo impidió una lesión en el brazo. En 1963 y 1964 había sido seleccionado para participar en el Juego de las Estrellas.

Lágrimas brotaron de sus curtidos ojos cuando continuaron los dolores en el brazo, que terminarían por alejarlo del montículo. Sin consuelo, porque su vida estaba en el diamante, regresó a Los Palacios y, al parecer, el uso de las tijeras le ayudó a recuperarse, junto a la tenaz dedicación al entrenamiento. Se podía ver en los partidos, pegado a la radio y en los escasos televisores de entonces, hasta que regresó con el Vegueros de 1968, a las órdenes de Chito Quicutis. Pero ya no era el mismo y decidió retirarse definitivamente. En el pueblo continuó con el oficio de su vida, cual Fígaro eficiente, pero nunca se separó del béisbol, la gran pasión de su existencia.

Desde entonces ha trabajado como entrenador y director de equipos en su municipio, y a nivel provincial. Reconoce en el gran Emilio Salgado a su discípulo mejor. En total estuvo en cinco Series Nacionales, donde actuó en 63 desafíos, de ellos inició 18 y completó 7, con 11 ganados y 9 perdidos (.550), destacándose como relevista en 45 partidos. En 188,1 innings enfrentó a 736 bateadores y permitió 185 hits, para admitir un average de .251, con 70 carreras limpias permitidas, para promedio de 3,35. Ponchó a 108 rivales y concedió 88 bases por bolas.

Sonríe como un niño al recordar aquella tarde donde estuvo a solo un out de alcanzar el no hit no run, contra un equipo de la capital provincial, al mando del Guajiro Llende, quien nos contó: “Hicimos cuanto pudimos para evitar el juego sin hits ni carreras, pero Llano estaba intransitable. Entonces sucedió lo no esperado por nosotros: conectaron un fly inofensivo hacia el jardín derecho, y Adalberto Suárez se posesionó debajo de la bola, pero se le cayó y el hombre ancló en la inicial. Berto era primera base, pero lo pusieron en esa posición por su buen batear. Era el out 27.

Y como son las cosas de la pelota, nuestro próximo bateador conectó un sencillo que disfrutamos de verdad, aunque el amigo Vicente Llano perdió una de las grandes oportunidades de su vida…”

El Barbero de Los Palacios, quien con sus ocho décadas de vida vive orgulloso del oficio, tuvo en la inteligencia su mejor arma. Humilde, sencillo, víctima de violentas tormentas que afectaron sus viviendas, incapaz de renegar la existencia y optimista como el primer día, es un inmortal del béisbol vueltabajero, ese que ayudó a fundar y ha sabido elevarse a las cumbres del béisbol cubano”.

Juan Martínez de Osaba y Goenaga

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