Por Yasel Porto
En sus países respectivos, Frederich Cepeda y Ken Griffey Jr. están considerados entre los peloteros más respetados y estelares más allá de la época que han jugado, instalándose en lugares de avanzada dentro de listados históricos en sus posiciones gracias a la combinación de factores variados en los que resultados estadísticos y más allá de los números han contribuido a darles un reconocimiento popular bien elevado.
Sobre el título del escrito quizá usted pudiese pensar en algún encuentro entre ambos, ya sea cuando Griffey visitó Cuba hace seis años junto al también miembro del Salón de la Fama Barry Larkin, o en determinado evento internacional efectuado en Estados Unidos con la presencia de Cepeda y la selección nacional.
En realidad, la conexión entre ambos fue totalmente indirecta, y en el momento que surgió ni el mismo Cepeda sospechó que se convertiría en una de sus identidades más importantes, tanto que se trata de un componente inseparable: su número 24.
En un intercambio que sostuvimos hace un tiempo ya el pelotero en activo con más historia entre los que intervienen en la 60 Serie Nacional, me confesó las razones que lo llevaron a escoger esa numeración desde sus inicios en el béisbol de primer nivel.
«Cuando yo comencé a ver la pelota de Grandes Ligas todavía era muy joven. Ni siquiera llegaba a los 15 años, y ya desde ese momento empecé a fijarme en Ken Griffer Jr. Me gustaba mucho su forma de jugar que lo hacía diferente al resto de los peloteros de ese béisbol. Eso me inspiró muchísimo y la manera más fácil que tenía de imitarlo era usar el 24 igual que él. Ya con relación a la calidad era un poco más complicado, pero al menos tratar de hacerlo lo mejor posible para seguir sus pasos en el nivel que me tocara jugar, tanto en la parte de la calidad como en la disciplina que siempre lo caracterizó dentro y fuera del terreno de juego», cuenta Cepeda.
En la época en que el espirituano comenzó a tener información del béisbol de Estados Unidos fue precisamente el momento de esplendor de Griffey Jr., quien fue mucho más conocido en Cuba que el resto de los jugadores de la MLB por el hecho de haber sido usada su imagen para nombrar un video juego muy consumido por los niños y jóvenes cubanos en los años noventa.
Yo mismo tenía al entonces jardinero de los Marineros de Seattle como la gran estrella de las Grandes Ligas por el hecho de que le dedicaran algo así, pues independientemente de sus inmensas cualidades como jugador todavía no contaba con la madurez suficiente para analizar el nivel de otros que igual podían ser tenidos en cuenta en la supremacía de ese béisbol.
También hay una realidad y es que la integralidad de Griffey lo distinguía sobre los grandes jonroneros, «jileros» o fildeadores, a lo que se sumaba su popularidad más la juventud que presagiaba un futuro descomunal. Tan valorado estuvo que en el año 2000 con apenas una década de experiencia, fue incluido en el extremadamente selecto equipo del siglo XX de las Ligas Mayores estadounidenses.
Las lesiones comenzaron a golpearlo con fuerza desde su cambio de Seattle a Cincinnati, pero ni eso ni el haberse retirado sin un anillo de campeón evitó que fuera exaltado al Salón de la Fama con un solo voto en contra. Después del lanzador panameño Mariano Rivera ha tenido el mejor porciento de votación de toda la historia.
Volviendo al titular de este escrito, dentro de Estados Unidos no se puede ser categórico de que Griffey ha sido el 24 más importante que ha existido, especialmente si tienes en ese grupo a alguien llamada Willie Mays.
En el caso de la pelota cubana si bien poner a Cepeda en la cima puede resultar polémico, tampoco es un atrevimiento sugerir que encabeza a aquellos que han usado ese número al menos en las Series Nacionales (Yobal Dueñas, Antonio González, Agustín Arias, Reinaldo Fernández y Juan Carlos Moreno son otros buenos expeloteros que lo utilizaron). Creo que sería menos controversial que la comparación sobre su posición de jardinero izquierdo, un debate interminable en el que existen criterios repartidos sobre Armando Capiró, Fernando Sánchez, Lourdes Gurriel y el propio Frederich.
Con respecto a la acción del campeón olímpico de Atenas 2004 y cuatro veces participante al Clásico Mundial, ha habido múltiples ejemplos de peloteros cubanos que han tenido la referencia de figuras trascendentes de las Grandes Ligas para números, apodos y estilos. Algunos han quedado en el camino, pero otros han llegado lo suficientemente lejos como para merecer la categoría de estrella.
Un caso muy peculiar es el de Orlando Hernández, quien tomó el calificativo de Duque porque así le decían a su padre Arnaldo, quien a su vez adoptó ese calificativo a consecuencia del estelar jardinero de aquellos Dodgers de Brooklyn y Los Ángeles de los años cincuenta y sesenta, Duke Snider.
El propio “Duque” da para un escrito dedicado íntegramente a él, pues han sido varios los lanzadores que han tratado de copiar algo de él a partir de su éxito rotundo en Grandes Ligas. Desde el número 26 (Reinier y Pavel Hernández), el apodo y estilo (Adrián “El Duquesito” Hernández), el tipo de wine up (Norge Luis Vera o Ciro Silvino Licea) o la forma de usar la gorra (Ifreidi Coss). También Yamel Guevara, quien trató de combinarlo todo aún cuando en el caso del número tuvo que usarlo, pero al revés (62).